Hace tiempo que vengo oyendo hablar de los excesos de la medicalización, un asunto peliagudo con múltiples lecturas. Por un lado, está la propia industria farmacéutica, última responsable de este (presunto) exceso de medicalización, que debe combinar una innegable responsabilidad social con la legítima búsqueda de beneficios económicos. Por otro lado, está la propia comunidad médica, cada vez más resuelta a reducir el nivel de fármacos que consumen los pacientes y, por último, estamos nosotros, los pacientes.
Pero aunque creo que casi todos estamos de acuerdo en que en las últimas décadas en los países desarrollados hemos asistido a una escalada innecesaria (y peligrosa) de consumo de fármacos, también es cierto que existe otra tendencia radical (y también peligrosa) a rechazar medicinas y vacunas.
Mi propio abuelo se adhirió de alguna forma a esta tendencia en los últimos años negándose a hacer pruebas y a tomar medicamentos. Ni siquiera quiso asistir a las pruebas anuales de investigación cancer de prostata. Sin duda, influyó la muerte de la abuela, hace cinco años, de cáncer, después de una larga batalla plagada de sufrimiento… y muchas pruebas, fármacos y tratamientos.
Mi abuelo debió acabar harto de aquello, aunque siempre se ha mostrado muy escéptico con todo lo que respecta a la medicina. Siempre la pareció todo un “negocio” y trataba de evitar tomar cualquier pastilla.
Este es el otro extremo, también peligroso, la otra cara de la moneda al exceso de medicalización de la sociedad: personas que dan la espalda a la comunidad médica, considerándola perjudicial para la vida normal de las personas.
Por supuesto, nosotros hemos insistido en que debe seguir haciendo pruebas, como las de investigación cancer de próstata. No es lo mismo esto que negarse a tomar un paracetamol. Creemos que puede ser solo una fase y que tarde o temprano volverá a tener sentido común, pero, por el momento, sigue en sus trece.
De lo que no cabe duda es que hay que encontrar una vía intermedia entre el atiborramiento de medicinas y la negación del progreso, sino el remedio será peor que la enfermedad.