El pulpo es una de esas especies marinas que no necesita carta de presentación para el consumidor español y cuya faceta más conocida se encuentra en los arroces, guisos y ensaladas más típicos de la cocina mediterránea y atlántica. Pero este molusco octópodo es algo más que un bocado apetitoso.
El pulpo congelado es un alimento con un alto contenido en minerales, proteínas y vitaminas liposolubles, como las vitaminas A, B y C, el potasio, el selenio, el sodio, el yodo y especialmente el calcio, por citar los más representativos. Por consiguiente, uno de sus beneficios más evidentes es el fortalecimiento de los huesos, tan importantes a edades tempranas. Asimismo, por sus aportes en aminoácidos y polisacáridos, la ingesta de pulpo contribuye a la prevención de diversas enfermedades y dolencias.
Además, estos cefalópodos destacan por su escaso contenido en grasas y calorías, siendo compatibles con un régimen saludable que busque limitar el consumo calórico, a fin de realzar la figura o de frenar la ganancia de peso corporal. De ahí que el pulso sea ‘amigo’ de deportistas y personas con intención de adelgazar.
Los afectados por el ácido úrico elevado también reconocerán un aliado en el pulpo, debido a su escaso contenido de purinas. Lo que sí posee, y en cantidades generosas, es el aminoácido llamado taurina, útil para la prevención de la diabetes, así como para combatir desórdenes metabólicos en órganos como el hígado.
Respecto a la tinta del pulpo, sus aplicaciones trascienden el ámbito culinario —como ingrediente exquisito en diversos platos— para convertirse en un agente benéfico de la salud humana. Según un estudio de la Universidad de Sonora (México), la tinta de este cefalópodo actúa como un potente regulador intestinal y contribuye a luchar contra el cáncer de mama.
Y es que el pulpo continúa siendo una caja de sorpresas para la comunidad científica, por más que el consumidor medio lo siga reduciendo a un bocado apetitoso.