La mayoría de la gente que conozco no está a gusto con su banco, se quejan de que les cobran tal o cual comisión, que no reciben una buena atención cuando van a la oficina o cuando les atienden por teléfono, etc. “Me gustaría cambiar de banco… pero es un engorro”. Es lo que pensamos muchos. Yo mismo he valorado el cambio de banco muchas veces, sobre todo últimamente debido a que estoy cada vez más a disgusto con mi entidad, pero nunca doy el paso. ¿Por qué?
Llevar muchos años con una cuenta corriente en el banco no significa que no puedas cambiar de entidad. Lo que ocurre es que empezamos a agobiarnos con todas esas tareas que deberíamos cumplir si queremos hacer el traslado de nuestro dinero a otra entidad. Preferimos el supuesto mal menor de quedarnos, aunque sea a disgusto, en nuestro de banco de toda la vida con tal de no mover un dedo.
Si a pesar de todo, decidimos dar el paso de cambiar de banco, podemos hacerlo por fases. Lo primero que debemos hacer es cambiar la domiciliación de la nómina, en caso de tenerla, por supuesto. Después hay que cambiar las domiciliaciones de los recibos. Este paso es el más engorroso y una de las razones principales por las que no queremos cambiar nuestra cuenta corriente de banco. Generalmente tenemos muchos recibos, algunos que ni recordamos, y no es tan sencillo cambiar la domiciliación de todos. Por eso, debemos intentar que la nueva entidad a la que traspasamos la cuenta se encargue de esta tarea.
Por último, antes de dar por finiquitada definitivamente la cuenta hay que cancelar las tarjetas que tengamos contratada con nuestra vieja entidad. Y después pasar por una oficina del banco para firma el cierre de la cuenta. Este momento debe ser aprovechado para solventar cualquier duda de última hora. Y atención a las comisiones de cancelación que cobran en algunas entidades. Vienen a ser el último ‘favor’ que nos hace el viejo banco antes de abandonarlos.
Poniendo un poco de nuestra parte, se puede cambiar de banco y decir bye bye a esa entidad que nos ha freído a comisiones mientras nosotros poníamos la otra mejilla.